Hace poco tiempo (el 27-04-10) el diario La Nación publicó un artículo de Mario Bunge, con sus consabidas denostaciones del psicoanálisis. Desdichadamente no puede advertirse en sus afirmaciones más que ignorancia. Pues no puede especularse que se deban a mero prejuicio, o a una mala experiencia personal, o a un tic de clase que ya ninguna clase tiene.
Parece por lo tanto conveniente y hasta necesario que alguien que sabe y no tiene prejuicios anticientíficos, aclare ciertas cuestiones, para evitar que también los lectores puedan caer en la ignorancia. Trataré de ser didáctico, pero mezclaré conocimientos establecidos, que pueden encontrarse en los libros, con otros personales, de mis propias investigaciones.
1. El cerebro.
El cerebro y el sistema nervioso central y periférico son la base material e imprescriptible para toda la vida mental y psíquica. (Que según explicaré más abajo, no son la misma cosa). Pero su conocimiento no es tan antiguo como puede creerse. Mirando retrospectivamente, resulta lamentable que todavía hace 70 ó 60 años se cifraran esperanzas en la anatomía del cerebro, cuando ya la neurona (célula básica del tejido nervioso) había sido descubierta a comienzos del siglo XIX. Freud trabajó hasta 1880 en la teoría neuronal, y produjo en ella más de treinta artículos científicos. Formación científica de su época que sus críticos parecen desconocer. Y que culminó en su libro fundacional, el Proyecto de una psicología, de 1895. Para luego crear el psicoanálisis.
Sin embargo, en 1949, Egas Moniz fue galardonado con el premio Nobel de Medicina por su propuesta de la lobotomía, operación que implicaba un corte de las vías nerviosas entre el lóbulo frontal y otras partes del cerebro, pretendiendo “curar” trastornos de agresividad de un sujeto. ¡Curioso logro de la mejor cepa cientificista! Hoy, el lenguaje popular, que todo lo comprende, llama “lobotomizada” a una persona que carece de aptitudes, afectos o “cerebro”. Y los memoriosos recordarán que una de las primeras “beneficiadas” con el “tratamiento” fue la mayor de las hermanas del presidente Kennedy, que tenía problemas psíquicos, y a la cual, mediante ese tratamiento “científico” le fue eliminada su vida afectiva y prácticamente su vida.
Hoy tenemos, naturalmente, otras ideas y otros métodos, pero me parece que conviene recordar esta perspectiva para recomendar una imprescindible humildad. Pues desde que se descubrieron los psicofármacos modernos (antes los humanos consumían sustancias naturales, de reconocido efecto benéfico, aunque también limitado) las cosas no son, sin embargo, tan diferentes. Por lo pronto ninguno cura nada. Son sólo una inapreciable ayuda calmante en los momentos críticos de angustia, depresión o delirio. Pero, desgraciadamente, tanto médicos como pacientes suelen confundirlos con una cura etiológica (de las causas). Como no es así, se consumen durante períodos larguísimos de tiempo, algo que al paciente se le hace “natural” (tanto es así que mucha gente los lleva en su bolsillo o en su cartera para socorrerse en momentos de apuro), tratando de desconocer sus efectos secundarios negativos. Pero solo las personas que atraviesan por su propia fuerza o psicoterapéuticamente esas situaciones, se dan cuenta retrospectivamente del tipo de vida que esas drogas les quitaban.
Por otra parte, siempre son, aproximadamente, los mismos tres tipos de sustancias (ansiolíticos, antidepresivos, anti-psicóticos) que cada 5 o 10 años, cambian un poco (¡bueno fuera!), con el agregado de alguna otra medicación, para controlar los efectos secundarios que ellas mismas producen. Pues para esta concepción, si se desarrolla puramente, los pacientes parecen ser entendidos como tubos de ensayos.
He usado ampliamente estas sustancias en mi práctica psiquiátrica, y las uso también actualmente, cuando es del caso y siempre en forma mesurada… y provisoria. Hago esta aclaración pues no deseo trasmitir la idea de que tengo una oposición “de principios” ideológicos, pues no la tengo. Pero sigo los criterios que surgieron del maestro Enrique Pichón Rivière, psicoanalista que sí investigaba tempranamente en psiquiatría, y que percibió claramente que el objetivo principal del uso de la droga es facilitar la movilización de estructuras o pautas estereotipadas de conducta, que se presentan y operan como obstáculos al progreso del proceso terapéutico.
Freud tenía la idea de que algún día los conocimientos biológicos y bioquímicos explicarían y permitirían tratar mejor los trastornos neuróticos. Otra cosa que parece que sus críticos cientificistas nunca leyeron. Por mi parte, sin embargo, observo que los avances biológicos no reemplazan nuestro conocimiento del psiquismo. Por el contrario, no parecen sino reforzar los conceptos psicoanalíticos en importantes teorías, cuya mención me sacaría del propósito de esta nota. Pero que puede hacerse.
Parece lógica esa convergencia, que hablaría del carácter muy probablemente cierto de muchos conceptos e ideas, abordadas desde perspectivas y métodos diversos, que se corroborarían mutuamente. Pero de ninguna manera excluyen ni reemplazan nada, pues, en este caso sobre todo, ni la vida psíquica ni la mental (que son cosas diferentes, como ya dije y enseguida veremos), pueden reducirse a su base nerviosa.
2. La mente.
El cerebro y el sistema nervioso NO pueden actuar directamente sobre la realidad exterior, sino que deben hacerlo a través de múltiples regulaciones de (y adaptaciones a) esa realidad. En términos técnicos: los genes, el genotipo, y en nuestro caso las células cerebrales, no actúan por sí mismos, sino que su forma de acción está determinada por ciertas mediaciones con el ambiente, que también los condiciona, lo que constituye el fenotipo.
Desde esta perspectiva, lo que llamamos mente son todos los fenómenos de interrelación entre el cerebro y su medio. Esto no es patrimonio sólo del hombre, sino también de varios animales que llamamos superiores. Se puede evidenciar en la capacidad predadora para la supervivencia en los animales, por ejemplo, pero también en todos los intentos humanos de dominio militar, político, comercial, ideológico, etc. de sus semejantes. Pues su finalidad es controlar, dominar o eliminar al otro. En una palabra: alimentarse del otro.
3. La psiquis.
El psiquismo es otra cosa, aunque generalmente se los toma como sinónimos, por obra de los enfoques psicológicos, que se basan sólo en las manifestaciones de la conciencia. O de una tradición lingüística ya inaceptable. El psiquismo es el producto de una interacción exclusiva del hombre -en la medida que contiene el lenguaje-, entre el cerebro y su mente, por una parte, y un medio específicamente humano, que es la relación con sus semejantes, por la otra.
Es decir, en primer lugar, de sus condiciones de crianza, de la dependencia del infante humano de sus padres, del carácter todopoderoso que les asigna a éstos, de sus identificaciones con ellos (su imitación de ellos), y por lo tanto con los productos culturales que ellos vehiculizan, singularmente distintos según los grupos de pertenencia familiar y social.
Y, por supuesto, formando parte de todo eso, las condiciones del egocentrismo (lo llamamos narcisismo), de los celos, la envidia y otros sentimientos propios de tener que estructurarse en una triangularidad (madre, padre, hermanos, etc. y todos sus sustitutos y representantes).
Lo que hace que en su desarrollo se generen sentimientos muy conflictivos, acompañando a sus fuerzas instintivas, que por su naturaleza son reprimidos, dando lugar a la existencia de un inconsciente, del cual forma parte regularmente el sentimiento de culpa. Nada de esto proviene de la biología, sino de la interacción humana (lo llamamos intersubjetividad). (Lo mental, que contiene la conciencia, nada querría saber, si pudiera, de las limitaciones que le impone el psiquismo.)
Por lo tanto, mientras se mantengan las condiciones de crianza del sujeto, que el psicoanálisis, en su más de un siglo de evolución, nos ha permitido conocer y mejorar de manera exponencial allí donde puede actuar, esa es la clave del funcionamiento humano. Y en estos últimos 120 años no ha aparecido hasta el momento ninguna otra teoría que nos explique mejor las cosas del psiquismo. De todo el psiquismo, no sólo de la mente consciente.
Pero sí, dentro del psicoanálisis, han aparecido sucesivos cambios, confirmaciones y correcciones, y ampliaciones, como corresponde al trabajo de cualquier disciplina científica. Lo que queda atestiguado por cientos de publicaciones y miles de páginas, y libros, donde también figuran cientos de casos clínicos que se documentan. Para quien pueda y quiera leerlos, desde luego, con espíritu científico. Que es el del método, no el de un objeto reducido y reducidor.
Toda esa producción muestra experimentación y repetición de experiencias, de acuerdo al método clínico, que es propio de nuestra disciplina, así como de la medicina, por ejemplo, y se acompaña de teorizaciones, que pueden cambiar a medida que la experiencia avanza, como en cualquier disciplina. Claro que toda esa producción es de desigual calidad, exactamente igual que en las otras disciplinas científicas.
Y claro es también que, debido a las condiciones de origen que describí en líneas generales, el psiquismo es una formación muy imperfecta. Lo que se evidencia en todos los malestares de las relaciones interhumanas y la vida de personas y naciones enteras, a pesar de los tan celebrados (y celebrables) “avances científicos”.
El psiquismo no es en absoluto un “órgano”, sino una totalidad, incluso con los demás psiquismos. Y su “enfermedad”, que sólo tiene una diferencia de grado con la “normalidad”, sólo puede curarse en el seno de las relaciones humanas, de la intersubjetividad de la que sólo el psicoanálisis da cuenta en forma de una disciplina científica que no es cientificista.
Un científico debe saber hoy que toda disciplina científica -que es como deberíamos llamarlas, y no ciencias como un producto único y estándar- tiene sus propios métodos de convalidación, y diversos objetos de estudio. Que no pueden ni deben ser juzgadas sino en el interior de sus propios razonamientos, abiertos para todo el mundo, eso sí, en un ambiente de conocimiento mínimo y de respeto inter y transdisciplinario, cosa que cualquier científico debería estar en la posibilidad de poder captar, por lo menos desde comienzos del siglo XX.
En cuanto a los estudios que hoy se llaman neurocientíficos, y que en toda época se llamaron biológicos, por el momento nada nos agrega saber que, por ejemplo, simultáneamente con ciertas acciones y emociones, se activan distintas partes del cerebro, salvo que eso nos diera una comprensión etiológica y métodos precisos y específicos de acceso a ellas (que por ahora no se vislumbran) y no a otras. Pues debemos saber que nadie nos garantiza su uso sin pretender dominar a los sujetos, cosa que, en cambio, ningún psicoanálisis quiere ni puede hacer.
Evidentemente cualquier logro cientificista en esa dirección tratará de ser utilizado en ese sentido. Nos sobran ejemplos de que eso siempre ha sido así. Pero además sería la demostración más cabal de que el psiquismo –tal como lo describí arriba y como lo hace el psicoanálisis- de “los unos”, con esos presuntos medios, querría hacer desaparecer el de “los otros”, (como Egas Moniz) y junto con él, toda la constitución interhumana, intersubjetiva, de nuestro psiquismo. Imperfecta como es.
Sin embargo, descreo de esa posibilidad. Y no porque crea en la bondad natural de nadie sino porqué: “UN GOLPE DE DADOS JAMÁS AUNQUE LANZADO EN CIRCUNSTANCIAS ETERNAS DESDE EL FONDO DE UN NAUFRAGIO ABOLIRÁ EL AZAR” (Cita y grafía de Stéphane Mallarmé)
Tampoco los estudios de la conciencia nos darán nada que ya no sepamos. Lo han intentado la filosofía de la mente, el conductismo, la psicología cognitiva, el cognitivismo y muchos otros ismos. Tantos “ismos” ya nos dicen de la falta de una continuidad académica del conocimiento. Pues como prescinden del conocimiento de la existencia de lo inconsciente (esa es su ignorancia) nos aportan unos datos desabridos y superficiales, que jamás podrán abarcar la complejidad de la realidad.
Quiero recordar también que el psicoanálisis comenzó a prosperar en la Argentina en la década de 1940. Hace ya muchos años. Y sigue. No sólo en la salud de grupos y personas individuales, sino también en la cultura. Este es un dato más que relevante: para un país cuya estructura de pensamiento ha sido, desde comienzos del siglo XX, y en particular desde 1930, predominantemente fascista, el psicoanálisis se constituyó en una de los pocos lugares “de verdad” para la gente.
Pero esto jamás podrá ser comprendido por quien no entienda que los “sistemas de palabras” (Borges, El otro tigre) buscan contener el sentido, la historia, la comunicación, los afectos, la relación entre la verdad y la realidad, (es decir: lo contrario de la macana) que ningún desprecio y ninguna necedad podrá nunca abolir.
Una respuesta a “Psicoanálisis, ciencia, argentina.”